Nota publicada en Diario Co Latino el 29 de julio de 2012
Redacción Diario Co Latino. La Comisión Nacional de Bioética de
El Salvador (CNBES) realizó un foro de discusión sobre la legislación
nacional en torno a la interrupción del embarazo por causa médica en El
Salvador y las implicaciones de la penalización absoluta del aborto.
Este evento se desarrolló el pasado jueves 19 de julio de 2012, en el Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán.
En
el foro se presentaron datos vinculados a la problemática y se contó
con la participación de funcionarios de gobierno, especialistas en el
ámbito médico-científico y jurídico.
Los participantes fueron Sofía Villalta, directora de la Unidad
de Atención Integral e Integrada a la Salud Sexual y Reproductiva del
Ministerio de Salud; Roberto Sánchez Ochoa, director del Hospital
Nacional de Maternidad y miembro de la Asociación Salvadoreña de
Ginecología y Obstetricia; y Raquel Caballero, Procuradora Adjunta para
la Defensa de los Derechos de la Mujer y la Familia.
Todos los participantes fueron escogidos tomando en cuenta su
amplio conocimiento de las políticas sobre salud sexual y reproductiva,
la práctica clínica diaria de los ginecólogos y obstetras del principal
centro de salud especializado del país, y la protección y defensa de
los derechos humanos de la mujer y la familia.
El foro permitió que se estableciera un diálogo abierto con los
invitados de 14 organizaciones e instituciones públicas y privadas
(organizaciones no gubernamentales, universidades) vinculadas
directamente con la problemática, y algunos especialistas reconocidos
por su trayectoria profesional.
Uno de los acuerdos al final de la actividad fue convocar a una
segunda jornada de diálogo, la cual se llevará a cabo el jueves 9 de
agosto de 2012, en las instalaciones de FEPADE, a las 4 de la tarde. Se
espera la participación de los mismos ponentes.
Esta convocatoria tenía como fin buscar aproximaciones y
acuerdos que conduzcan al establecimiento de marcos jurídicos y
políticas públicas, que favorezcan el desarrollo humano y contribuyan a
la construcción de un Estado comprometido con la justicia social y que
garantice los derechos humanos fundamentales de la población
salvadoreña, según la CNBES.
La CNBES promueve la reflexión y el debate en bioética, entendida como el estudio de los problemas éticos que plantean la medicina, las ciencias de la vida y las tecnologías conexas, así como las políticas públicas en salud, teniendo en cuenta el respeto a la dignidad de las personas y la observancia de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
domingo, 29 de julio de 2012
lunes, 23 de julio de 2012
Necesidad de un debate sobre la salud sexual y reproductiva
Julia
Evelyn Martínez
Muchas veces
creemos que con la llegada de la Ilustración o del postmodernismo,
historias como las de Galileo Galilei pertenecen a un obscuro pasado, al cual
la humanidad no podrá retroceder jamás. Otras veces, confiamos que los avances
científicos y la masificación de los medios de información y de
comunicación en la era de la globalización representan la mejor garantía de que
las sociedades no sucumban al influjo de la superstición y los
mitos.
Sin embargo,
en pleno siglo XXI se puede aún constatar en nuestro país como grupos de
fanáticos/as religiosos/as imponen sus dogmas de fe como normas jurídicas,
sociales y/o políticas a la cuales debe ajustarse la sociedad y la comunidad
científica. Estos grupos tienen el poder de enviar a la hoguera del
desprestigio y del aislamiento social a cualquiera que intente cuestionar estos
dogmas y/o sustituirlos por verdades científicas. Por eso, los partidos
políticos, el Presidente de la República, los Magistrados de la Corte Suprema
de Justicia, los medios de comunicación, los tanques de pensamiento y hasta las
universidades, les temen, y están dispuestos a evitar a toda costa entrar en
una abierta confrontación con ellos, aunque esto signifique renegar de la
ciencia y/o de los derechos humanos.
Se dice que
para muestra un botón. Tomemos como botón de muestra de este retorno al
oscurantismo, la postura de la Jerarquía de la Iglesia Católica en torno a la
prohibición del uso de métodos anticonceptivos de emergencia, (conocidos como
“píldoras del día después”), cuyo uso podría evitar embarazos forzados en
mujeres que han sido víctimas de violación o que han sido obligadas por sus
parejas a mantener relaciones sexuales sin protección.
El uso de
métodos anticonceptivos es una constante a lo lago de la historia de la
humanidad y su uso esta documentado en las grandes civilizaciones y
culturas (Egipto, Grecia, Roma, China, etc.). Es decir, estos métodos no
aparecen con el advenimiento de la “revolución sexual” de los años sesenta ni
tampoco con la aprobación de instrumentos jurídicos relacionados con los
derechos humanos de las mujeres. Se trata de un campo de investigación y
desarrollo de la ciencia en constante innovación, que ha permitido
mejorar las condiciones de salud sexual y reproductiva de millones de mujeres y
hombres en todo el mundo, y que hasta el advenimiento del neoconservadurismo y
del neo integrismo en los años ochenta, no contaba con una oposición
significativa de parte de sectores religiosos.
De acuerdo al
Doctor Horacio Bruno Croxatto, considerado la máxima autoridad científica en
materia de investigación y desarrollo de métodos anticonceptivos de
emergencia en el mundo, las PAE son solo compuestos hormonales que actúan en la
fase pre-ovulatoria, es decir, antes de la fecundación de un ovulo y de
implantación de un embrión en el útero, que es cuando científicamente se
reconoce la existencia de un embarazo. Lo único que pueden hacer las PAE para
impedir el embarazo es retardar o inhibir la ovulación, (impedir que el
ovulo salga del ovario). Una vez que la ovulación ha ocurrido, las PAE no
tienen ningún efecto. De allí la importancia de usarlas lo antes posible
después de una relación sexual y no esperar “hasta el día después”.
Gracias a
científicos como Croxatto es posible el uso las PAE en países con leyes
restrictivas a todas las formas de interrupción del embarazo (como El
Salvador), en donde se ha convertido en una medida fundamental para el
mantenimiento de la salud de las mujeres, en especial de aquellas que han
sido abusadas sexualmente y que se les niega el derecho a decidir libremente
respeto a su maternidad.
Muchos embarazos por violación o por sexo forzado
pueden evitarse de esta manera, y con ello se puede prevenir abortos en
condiciones inseguras, suicidios de mujeres con embarazos forzados y hasta
asesinatos y/o el abandono de recién nacidos/as. De allí la importancia que el
personal médico que atiende a una mujer en este tipo de situaciones suministre
estos AE como parte del protocolo obligatorio de atención.
Sin embargo,
pese a esto, ciertos sectores oscurantistas y sexofóbicos de la sociedad
salvadoreña que cuentan con supremos poderes ideológicos, políticos,
económicos y mediáticos, insisten en acallar y condenar estas verdades
científicas y se afanan en sustituirlas por las enseñanzas de la Santa Madre
Iglesia, según la cual “la píldora del día después es abortiva”, para lo cual
se basan en la doctrina de la Academia Pontificia para la Vida, según la cual
las PAE impiden la anidación del óvulo fecundado en él útero, y con ello
truncan la posibilidad de un embarazo”.
A partir de
esta doctrina, la Academia Pontificia para la Vida del Vaticano ha hecho un
llamado a médicos y farmacéuticos a que «apliquen con firmeza la objeción de
conciencia moral» y que testimonien «con valentía y con los hechos el valor
inalienable de la vida humana, especialmente frente a nuevas formas
subrepticias de agresión a los individuos más débiles e indefensos, como es el
caso del embrión humano».
Este llamamiento significa que se nieguen a
proporcionar PAE a mujeres que lo necesiten aún cuando las leyes del país les
ordenen hacerlo y peor aún, que se nieguen a proporcionarlas a sabiendas
que la salud y la vida de una mujer se pondrán en peligro por la no
prevención de un embarazo. Los expertos y expertas del Opus Dei y de la
Fundación Sí a Vida en nuestro país funcionan como caja de resonancia de esta
doctrina de fe, y se encargan de divulgar mediante diversos medios y ante
distintos públicos (especialmente adolescentes y jóvenes) la doctrina según la
cual las PAE son abortivas y que no deben ser utilizadas, ni siquiera cuando
una mujer ha sido víctima de una violación sexual.
Mientras esto
sucede ante la indiferencia de la comunidad científica salvadoreña, un reciente
estudio elaborado por investigadores/as de la OMS y del Instituto Gutmacher,
publicado por la revista científica The Lancet el 19.01.2012, advierte
que pese a la disminución en la tasa de abortos experimentada en los últimos
años a nivel mundial, en América Latina los abortos están aumentando,
especialmente los practicados en condiciones peligrosas para la salud y la vida
de las mujeres: 32 por cada 1,000 mujeres.
De acuerdo a este estudio, la
tendencia al aumento en la tasa de abortos en la región coincide con la
aprobación de reformas legales para prohibir todas las formas de
interrupción voluntaria del embarazo, que a su vez han estado acompañadas de
mayores obstáculos para el acceso de las mujeres a métodos anticonceptivos.
Frente a esta
evidencia, se necesita que en nuestro país se abra un debate sobre la salud
sexual y reproductiva de las mujeres, que sea científico y ético al mismo tiempo.
De lo contrario, miles de mujeres seguirán pagando con su salud y sus vidas, el
costo de no hacer nada frente a la influencia de los fundamentalismos
religiosos sobre las políticas públicas. Por eso es urgente que la
comunidad científica salvadoreña salga del cómodo refugio en el que se
encuentra, e ilumine las mentes y el conocimiento de quienes tienen en sus
manos garantizar el derecho a la salud de las mujeres, y en particular el de
aquellas mujeres que necesitan al menos prevenir un embarazo forzado.
¿Podemos
esperar que la comunidad científica salvadoreña se decida a participar en
este debate o es que como Galileo Galilei también optarán por callar para no
terminar en la hoguera de los inquisidores del siglo XXI?.
¿Debería asumirse el tema de la bioética dentro de las políticas de salud pública?
Carlos
Molina Velásquez
Para responder mejor a esta pregunta hace
falta ampliarla: ¿se ha ocupado la bioética
de lo que debería? Es
evidente que el enfoque que proponen especialistas como Garrafa es bastante
reciente, pero la bioética “tradicional” tampoco es algo muy viejo. Quizás eso
sea una ventaja, como lo es el despertar latinoamericano en torno al tema.
Y algo que caracteriza a este despertar
es su fuerte énfasis interdisciplinario. La complejidad de las situaciones
exige un abordaje que acerque a filósofos, médicos, teólogos, sociólogos y a
todos aquellos que puedan aportar desde su específico ámbito del conocimiento.
Pero también obliga al investigador clínico a sumergirse en la filosofía o a
que el teólogo se documente bien sobre los nuevos descubrimientos en el campo
de la genética. No se trata de construir compartimientos estancos, sino generar
un fructífero diálogo entre disciplinas y aún pensar en su misma
reconstitución.
Pero la interdisciplinariedad no es
suficiente, ya que si no se posibilita que los diversos involucrados —alguien
diría: “los grupos de interés”— formen parte del esfuerzo de investigación,
discusión, prescripción y regulación, el compartir entre disciplinas podría ser
fácilmente convertido en un nuevo búnker al que sólo tendrían acceso los
iluminados. Por eso es que las comisiones consultivas de bioética o los comités
de ética de la investigación deben estar conformados por una amplia gama de
personas que representen a sectores sociales, culturales y de creencias
variadas, y no sólo por académicos y científicos.
Tampoco hay que olvidar que “las
ciencias y las filosofías” no están libres de condicionantes culturales o de
clase, por lo que debe garantizarse que en los esfuerzos en torno a la bioética
participen representantes de diversos modos de pensar y las más variadas
ideologías. Y en este punto es conveniente poner en guardia contra quienes
sostienen que representan “una verdad más allá de los cambios históricos y las
diferencias culturales” o frente a los que dicen hablar en nombre “del interés
común que trasciende las ideologías”. Ambas son posiciones claramente
ideológicas, precisamente por apelar a una neutralidad u
objetividad que tiene por objetivo presentarlas como las únicas capaces de
integrar las diferencias, cuando lo que realmente pretenden es anularlas.
Una política de salud clara con respecto
a la bioética no es sólo una necesidad sino que tiene carácter urgente, ya que
debemos hacer frente a toda clase de problemas —persistentes y emergentes— que
afectan a la población donde más le duele, y que es precisamente donde más
podría dolerle al nuevo gobierno cuando llegue la hora de la rendición de
cuentas. Por lo cual fue necesario la conformación de la Comisión Nacional de Bioética.
Una política de salud clara con respecto a la bioética es una necesidad urgente
Carlos
Molina Velásquez
La verdad es que sobre la bioética hace
falta mucha más reflexión y acciones que involucren a sectores diversos, tanto
de la academia como en la misma sociedad. No siempre los que muestran más
interés en la bioética son los más dispuestos a entablar diálogos abiertos.
En El Salvador, hasta hace muy poco,
frente a temas como la clonación, el aborto o el uso de anticonceptivos han
predominado la prédica y las posturas dogmáticas, y hemos carecido de las
condiciones para una discusión amplia y abierta a las posturas distintas, y a
lo que aportan los avances científicos.
Los sectores de pensamiento progresista
no sólo han preferido mantenerse al margen de estas discusiones —con algunas
pocas excepciones—, sino que han considerado que la bioética es terreno poco
apto para reivindicaciones sociales más profundas.
El carácter de “minoritarios” que pueden
sugerir algunas situaciones como el aborto o la eutanasia, tanto en lo que
tienen de “aislados” como en cuanto afectan a un número reducido de personas,
se suma a la constatación de que hay otros problemas mucho más urgentes y
amplios, y que afectan a grandes sectores de la población. Pero mantener esta
postura ha sido y sigue siendo un grave error.
Los temas “tradicionales” en bioética
son importantes para todos, ya que involucran situaciones en las que cualquier
ser humano podría encontrarse
envuelto. Además, el que los registros oficiales señalen pocos casos no
significa que no haya más o que la problemática no sea más seria. Recordemos
también que los abortos ilegales causan muchas más muertes entre las mujeres pobres y que las implicaciones de una política pública errada en lo que
respecta a la planificación familiar son mucho más dramáticas entre las
familias de escasos recursos y poca educación.
Agreguemos que, desde otra perspectiva,
desatender dichos problemas resulta inadmisible para el investigador serio.
Tanto el científico de la salud, el moralista cristiano o el filósofo
preocupado en los criterios éticos que predominan en la práctica clínica deben
reconocer la generalidad implícita en
aquellos problemas “particulares”, ya que involucran aspectos de la humanidad
en general.
Ahora bien, podríamos aventurar que la
falta de interés en la bioética se debe, en parte, a que se la ha limitado a lo
que el bioeticista brasileño Volnei Garrafa llama “problemas emergentes”, es
decir, los que aparecen a medida que las ciencias de la salud realizan nuevos
descubrimientos y se producen nuevos avances en las tecnologías médicas. Para
Garrafa, esto significa dejar de lado todo el ámbito de los “problemas
persistentes” —la necesaria erradicación de la fiebre amarilla, la tuberculosis
y otros males que aún aquejan a
los pobres, que son la mayoría en el mundo—, los cuales no generan demasiado
interés en nuestras sociedades, a lo mejor porque no son “de interés” para las
grandes compañías farmacéuticas, los medios de comunicación y las políticas de
salud de un gran número de países.
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