Carlos
Molina Velásquez
La verdad es que sobre la bioética hace
falta mucha más reflexión y acciones que involucren a sectores diversos, tanto
de la academia como en la misma sociedad. No siempre los que muestran más
interés en la bioética son los más dispuestos a entablar diálogos abiertos.
En El Salvador, hasta hace muy poco,
frente a temas como la clonación, el aborto o el uso de anticonceptivos han
predominado la prédica y las posturas dogmáticas, y hemos carecido de las
condiciones para una discusión amplia y abierta a las posturas distintas, y a
lo que aportan los avances científicos.
Los sectores de pensamiento progresista
no sólo han preferido mantenerse al margen de estas discusiones —con algunas
pocas excepciones—, sino que han considerado que la bioética es terreno poco
apto para reivindicaciones sociales más profundas.
El carácter de “minoritarios” que pueden
sugerir algunas situaciones como el aborto o la eutanasia, tanto en lo que
tienen de “aislados” como en cuanto afectan a un número reducido de personas,
se suma a la constatación de que hay otros problemas mucho más urgentes y
amplios, y que afectan a grandes sectores de la población. Pero mantener esta
postura ha sido y sigue siendo un grave error.
Los temas “tradicionales” en bioética
son importantes para todos, ya que involucran situaciones en las que cualquier
ser humano podría encontrarse
envuelto. Además, el que los registros oficiales señalen pocos casos no
significa que no haya más o que la problemática no sea más seria. Recordemos
también que los abortos ilegales causan muchas más muertes entre las mujeres pobres y que las implicaciones de una política pública errada en lo que
respecta a la planificación familiar son mucho más dramáticas entre las
familias de escasos recursos y poca educación.
Agreguemos que, desde otra perspectiva,
desatender dichos problemas resulta inadmisible para el investigador serio.
Tanto el científico de la salud, el moralista cristiano o el filósofo
preocupado en los criterios éticos que predominan en la práctica clínica deben
reconocer la generalidad implícita en
aquellos problemas “particulares”, ya que involucran aspectos de la humanidad
en general.
Ahora bien, podríamos aventurar que la
falta de interés en la bioética se debe, en parte, a que se la ha limitado a lo
que el bioeticista brasileño Volnei Garrafa llama “problemas emergentes”, es
decir, los que aparecen a medida que las ciencias de la salud realizan nuevos
descubrimientos y se producen nuevos avances en las tecnologías médicas. Para
Garrafa, esto significa dejar de lado todo el ámbito de los “problemas
persistentes” —la necesaria erradicación de la fiebre amarilla, la tuberculosis
y otros males que aún aquejan a
los pobres, que son la mayoría en el mundo—, los cuales no generan demasiado
interés en nuestras sociedades, a lo mejor porque no son “de interés” para las
grandes compañías farmacéuticas, los medios de comunicación y las políticas de
salud de un gran número de países.
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